domingo, 22 de abril de 2012

Debo de echar a alguien mucho de menos.

Madrid, sí, era Madrid, la calle que va desde el Fnac hacia la Cibeles, esa callejuela que da  a la plaza de nosequién que nunca me acuerdo el nombre.
El caso, me metía por esa calle, y estaba en Muñico, así, de repente (anda que no hay kilómetros de separación ni nah!).
Pero estábamos bajo tierra. Rodri y yo. Rodrigo es mi primo, y aunque es primo segundo es una persona a la que siempre he estado muy unida (nacimos más o menos a la vez y nos han criado juntos).
Callejeábamos con un Muñico subterráneo y húmedo, en el que él tenía que ir agachado levemente para no darse con el techo.
Y al fin llegábamos a pantano, y allí estaban todos los Muñecos. Todos bañándose, en unas aguas pantanosas.
Yo me entristecía porque no podía bañarme, no tenía ni bañador ni ropa de recambio. Las aguas de la presa eran mucho más densas de lo normal, pantanosas total, casi que como nadar el un coloide.
Y entonces aparecía la madre de Rodri (que es mi tía-prima) y ahora estábamos en un piso de los de Campello, pero seguí siendo el pantano de Muñico lo que se veía desde el piso (no había pared en el lado que daba a Muñico. Al otro lado estaba el mar azul de Campello, pero más limpio de lo que es en realidad.

Entonces decidía que no me podía resistir, tendía mi ropa con la ayuda de la madre de Rodri y bajaba abajo, en ropa interior. De hecho era el sujetador negro liso y las braguitas blancas con los bordes celestes.

Y llegaba a una especie de acera, que era el límite entre las aguas cristalinas de una piscina infinita de Campello y una especie de desnivel a modo de tobogán que era el comienzo del pantano de Muñico.

Yo me sentaba en la frontera.

En el lado del fango anochecía, el lado del agua cristalina estaba recién amanecido. Yo apoyaba las manos por donde amanecía y estiraba y hundía las rodillas hacia donde anochecía. Observaba a mis amigos subir a una isla con columpios en el centro del pantano, movían la mano diciendo que fuera con ellos.

Rodr venía y se sentaba a mi lado, me ponía la mano sobre el hombro, sonreía, y me hacía una aguadilla hacia atrás en el lado cristalino... pero no me dejaba caer en las aguas puras. La gente de las aguas puras, muy pulcra, muy limpia, me miraba mal. Estaban todos fuera del agua, tomando el sol. Y tenían todos rolex de oro.

No me gustaba ese ambiente. Me vengaba de Rodri, le empujaba hacia el desnivel-tobogán a través del fango y luego me lanzaba yo, riendo y llenándome de barro, como en los viejos tiempos en los que  siempre jugaba a cavar un ollo en casa, llenarlo de agua y meterme dentro, ahí de risas tochas con las lombrices.
Hasta lloraba de la risa. Entonces volví a abrir los ojos.

Al final de la caída no estaba el pantano, sino que estaba tirada en el suelo del sitio subterráneo de  antes, solo que ahora llena de barro y con ropas de camuflaje. Habían unos cuantos amigos conmigo. Yo me levantaba, me miraba las manos, que no tenían esa especie de "M" que se forma en las manos, sino 3 rallas paralelas horizontales.

Me levantaba. Me esperaban.

-Vamos a buscarlo.

Y nos adentrábamos en un laberinto subterráneo que antes era Muñico, pero ahora había perdido la "esencia de ser Muñico", aunque era exactamente igual.

Las puertas se abrían girando grifos.

Y al final volvemos a salir en Callao. Y estamos todos impecables, ni barro ni nada. Es verano. Y ahí está Rodri con los brazos cruzados en pose "bailando como samuel" y nos suelta:

-Lentos, que sois unos LEN-TOS.

Y fin del sueño.


Jo, echo mucho de menos a Rodri, y a Muñico en general. Hace poco (ayer, vaya) hablé con un amigo del pueblo. La reavivación de la nostalgia debe haber respondido así.

Vaya, acabo de conectarme al tuenti y tengo un mensaje suyo después de hace eones... ¿Coincidencia?

To be continue...

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